Comida.

Llevaba una dieta normal: carnes de todo tipo, huevos,
productos lácteos y..., muy de vez en cuando, verduras.
Comía 3 veces por día y un cafecito me hacía llegar a la cena.
Por desgracia, hace mucho dejó de ser así.

Mi estómago se achicó.   

El médico me recomendó aumentar mi dosis de verduras.
Mi almuerzo y mi cena se convirtieron en: verduras insípidas,
legumbres insípidas, tubérculos insípidos. Por un tiempo, mi
estómago respondió como debía. Pero no.
Empecé vomitando una cuarta parte de lo que comía. Luego, la
mitad.
Ahora, no sólo vomito lo que como, vomito lo que otros comen.

Gris.

Se destejía la luz del cielo
como al vida del viejo Laertes,
alguien caminaba por la acera;
sobre el halcón embaldosado,
en un sinfín de oscuridad,
arrogante,
un lirio pintaba el pavimento.
Tal vez esa persona se detuvo,
por instinto o por pena,
a observar la laboriosa,
la fatídica tarea.
Quizás intentó ayudarle,
hablarle,
pero fue en vano.
A veces cruzaba gente gris,
cansada y aburrida,
esta,
sin advertirlo,
recibía una mancha en un zapato o
unos trazos sobre la camisa.

Por la mañana,
una cruenta y burgués
entrevista de trabajo
no se apiadó de su rincón.

Por la tarde,
cuando se destejía la luz del cielo,
alguien nunca pudo volver a confiar en sus ojos.