Gris.

Se destejía la luz del cielo
como al vida del viejo Laertes,
alguien caminaba por la acera;
sobre el halcón embaldosado,
en un sinfín de oscuridad,
arrogante,
un lirio pintaba el pavimento.
Tal vez esa persona se detuvo,
por instinto o por pena,
a observar la laboriosa,
la fatídica tarea.
Quizás intentó ayudarle,
hablarle,
pero fue en vano.
A veces cruzaba gente gris,
cansada y aburrida,
esta,
sin advertirlo,
recibía una mancha en un zapato o
unos trazos sobre la camisa.

Por la mañana,
una cruenta y burgués
entrevista de trabajo
no se apiadó de su rincón.

Por la tarde,
cuando se destejía la luz del cielo,
alguien nunca pudo volver a confiar en sus ojos.